14 d’octubre 2005

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Historia y Estatut

LA VANGUARDIA - 14/10/2005

Hace sólo quince días que el Parlament de Catalunya aprobó solemnemente el proyecto de nuevo Estatut de autonomía pero, a tenor del eco mediático y político, parece que llevamos ya muchos meses dentro del ruido atronador que no deja escuchar razones ni matices. Fuera de Catalunya, sectores muy diversos a derecha e izquierda, desde ámbitos sociales distintos, se han pronunciado en términos críticos sobre el Estatut votado por casi el 90 por ciento de la Cámara legislativa catalana. Están en su derecho, pero proliferan descalificaciones globales, embestidas desaforadas y llamadas alarmistas. Muchos no han sabido o no han querido ver la mano tendida que, según los líderes del consenso estatutario, significa este proyecto de nuevo impulso autonómico.

Como se pudo observar claramente el miércoles, durante los actos oficiales de la celebración del 12 de Octubre, la tensión de este debate ha llegado hasta la misma presidencia del Gobierno. Rodríguez Zapatero es el destinatario final de la mayoría de objeciones que se lanzan contra el nuevo Estatut catalán. En estos momentos, los adversarios del Gobierno socialista han decidido explotar a fondo esta cuestión, en una estrategia tan incierta para las instituciones como evidente y frontal desde el punto de vista del juego electoral. El Estatut ha pasado a ocupar el primer lugar de la agenda política española, por encima de asuntos más urgentes, caso de la situación en Ceuta y Melilla, o con implicaciones mucho más graves y dolorosas, caso del futuro de la paz en el País Vasco.

El ruido político y mediático a propósito de una iniciativa de autogobierno de Catalunya no es algo nuevo en la historia de España, como se explica en una serie que hoy inicia La Vanguardia.El primer proyecto de Estatut, impulsado por el catalanismo conservador de la Lliga, no se llegó a votar en las Cortes por la grave crisis social de 1919, pero tuvo tiempo de generar una respuesta contraria entre amplios sectores políticos, económicos y culturales. Los que se sentían depositarios de las esencias de un Estado que había ido perdiendo su imperio desplazaron la frustración por la crisis de 1898 hacia el combate contra las demandas de un catalanismo emergente. Más tarde, en 1932, la apasionada discusión en Madrid del llamado Estatut de Núria, que debía encajar la Catalunya autónoma dentro del nuevo Estado republicano, se reveló como un duro campo de juego de la polarización ideológica.

No fue hasta la negociación del Estatut de Sau, tras la recuperación democrática a la muerte de Franco, que no se dio una acogida más razonable, flexible, tranquila y respetuosa de las aspiraciones de autogobierno de Catalunya. Entre 1977 y 1979, con la elaboración de la nueva Constitución de por medio, una parte mayoritaria de la sociedad española entendió que los pueblos de España con una personalidad histórica singular debían tener un encaje adecuado dentro del edificio común. Las reticencias sobre el Estatut existieron, pero se mantuvieron dentro de unos cauces de diálogo que rompieron con aquella tendencia catastrofista de otras épocas.

Ahora, cuando Catalunya afronta el cuarto proyecto autonómico de su historia contemporánea, en un contexto de plena normalidad y estabilidad democráticas en España, sorprende que retorne la peor tradición, la que orilla las virtudes del diálogo y el pacto y la que ensalza la trinchera y el todo o nada. La transición democrática nos enseñó que es posible trenzar equilibrios que beneficien a la mayoría, mediante una inteligente y responsable combinación de cesiones mutuas, sentido común y reconocimientos compartidos. Debemos salir de esa historia que nos devuelve a 1919 y a 1932 porque sería una paradoja incomprensible y una irresponsabilidad que no hubiéramos aprendido lo mejor de los últimos treinta años: la necesidad de avanzar mediante consensos, sin estruendos y sin generar miedos ni divisiones.

Para la relación Catalunya-España el rechazo sistemático se ha demostrado un mal camino y la tan citada conllevancia es una vía siempre provisional y a merced de los vientos. Acaso sea por fin la hora del respeto mutuo, que haga de puente para una lealtad firme y franca de doble dirección.

1 comentari:

Alfredito ha dit...

Lo que más me ha gustado ha sido la palabra "conllevancia". Genial.


Un besito y me alegro de que no desfallezcas en tu lucha con los imponderables.